Aun próximo el verano, la noche es fresca. Nada del otro mundo, una noche guiada por el mes que le corresponde. Su aire perfumado se traslada, sí, eso es, se traslada como el silencio de una trinchera. Una fresca y larvada noche de primavera.
El frío deforme apaciguaba -dirías, eligiendo mal las palabras¬- cualquier devaneo. ¿Me besas, entonces?
No han pasado sino unos minutos, tres, cuatro, te llamo. ¿Qué azar de puntillas señalamos? Estamos en el mejor lugar.
Tienes la delicadeza de sonreír antes de besarme despacio. Fruta, respiración, piel; por ese orden. Yo guardo la marca de una noche de abril que no es fresca sino agitada.
¡Pregúntame por mi pecho, que presagiada y minuciosamente recorres! Sensuales gotas de sudor me adivinas. Ahora nos desconocemos. Soy tu secreto. Lo guardas ávidamente divertido. Y seré el propio secreto. Escapando de Me besas.