Están envenenadas. Algunos instantes se alborotan, parece que reviven pero se desvanecen.
No saben qué es la magia, temen que el viento las destroce y no las deje seguir su vuelo.
Ya no recuerdan de qué color era aquella tarde el cielo y dan pinceladas en la memoria creyendo que es tu pelo.
Son miles, de distintas formas y distintos recuerdos. A veces chocan, el peso de las ansias las hace caer, su brillo se evapora con las noches.
Están envenenadas. Muchas de ellas son valientes, se escapan, miran al sol de cara y se queman, les encanta quemarse hasta desaparecer. Otras son cobardes y sus intentos se llenan de deseos y de palabras que son su alimento envenenado y mueren poco a poco, cada día.
Yo las escucho muchas veces hablar, no sé qué dicen, son susurros de verano, lamentos de primavera.
Ellas creen que alguna vez el atrapa mariposas se romperá y podrán volar libres, detenerse en tu hombro y contarte el cuento que nunca empezó.
Mariposas muertas (Esther Lozano Blanco)
