Me comencé a preocupar cuando vi a ese estúpido cruzar la calle. Minutos antes, mi mujer me había abandonado justo en el andén de lo que yo llamaba mi felicidad. En esos momentos, una pérdida de fuerza indescriptible me impidió seguir caminando; mi vida estaba escrita y sabía que la aparición de aquel extraño sujeto cambió mi destino. Decidí cambiar mi dirección y volver al lugar de mi muerte. Ahí bañado de sangre, reposaba un cuerpo sin vida, no había testigos. La mujer que amaba, salió de su domicilio y se desplomó al ver un muerto sobre su acera que llevaba mi nombre. La ambulancia no tardó en hacer su aparición, reanimaron a Carol, levantaron mi cuerpo de la acera y cubrieron mi rostro con una manta descolorida. Minutos después pude recordarlo: fui asesinado cuando intercepté a ese individuo antes de que llegará a su casa. En el forcejeo dos disparos en el hígado me despojaron de la vida al instante. Ella no fue a mi funeral. Había sido un suicidio.
Un mal día (Acsel Reyes García)
