El cigarrillo se consumía entre mis labios. El cilindro blanco se iba transformando en otro gris, veteado de blanco y negro. Las cenizas incumplían la ley de la gravedad y permanecían unidas a la boquilla. Ni siquiera se inclinaban. La boquilla también se fue consumiendo poco a poco entre mis labios. Estaba a punto de quemarme. Quise coger entre mis amarillecidos dedos el cigarrillo, pero las manos no respondían a mi deseo. No podía quitármelo de la boca. Noté cómo los labios empezaban a quemárseme, a convertirse con una lentitud torturadora también en ceniza. Fue entonces cuando desperté, agobiado, jadeante, con la boca seca o abrasada, transpirado hasta el último de mis poros.
Esa misma mañana dejé de fumar. La mancha que la tarde anterior el médico había visto en la resonancia magnética de mis pulmones desde luego nada tiene que ver con mi firme decisión.
Luz entre las cenizas (César Romero)
