Como descolgada de los impresionantes acantilados de la agreste costa irlandesa, se divisa una pequeña cala que mira hacia el sur. Su arena es dorada, salpicada por oscuros guijarros.
Una bandada de gaviotas surca el cielo, de un azul verdoso con pinceladas blancas de nubes deshilachadas.
Hay un penetrante olor a algas.
En un extremo, unos escollos rompen la monotonía, elevándose como agujas queriendo alcanzar el cielo. Están repletos de vida: lapas, erizos, cangrejos…
Hoy el mar duerme plácido pero en días de tormenta, brama y ataca la costa sin piedad, con su estruendo ensordecedor, sembrando la arena de multitud de seres inertes.
Me descalzo notando la fresca arena bajo mis pies y permanezco sentada, soñando, mientras la brisa acaricia mi cara.
Una vieja barca de pesca yace boca abajo. ¿De cuántos naufragios habrá sido testigo?
Un lugar para soñar (Liberia Garcia Garcia)
