Es imposible. Los muertos no pueden comunicarse con los vivos porque están muertos. Simplemente. Y Adriadna Fionna lo sabía aunque había pasado toda su vida engañando a todo el que estuviera dispuesto a pagar por comunicar con sus difuntos. Ella usaba la ouija porque imponía respeto su sola presencia, su protocolo, aunque sólo fuera un tablero con letras y números impresos. Adriadna y sus clientes ponían un dedo sobre un vaso y ella se las ingeniaba para moverlo disimuladamente sobre las letras y amañar así supuestos mensajes. Lo había hecho miles de veces pero, aquella noche, aún con todo preparado (tablero, vaso, luz tenue, clientes crédulos), era la primera vez que lo intentaba después del fatal accidente. Por eso, cuando todos intentaron posar sus descarnados dedos en el vaso y lo traspasaban sin conseguirlo, Adriadna confirmó con tristeza que los muertos no pueden hacerlo.
Los muertos no pueden hacerlo (Joaquín Romero Zambrano)
