Odiaba los geranios, ¿por qué mi madre en nuestra terraza solo tenía geranios?, ¿es que no existía nada más? Las madres de mis amigas tenían claveles blancos, rojos y amarillos; hierbabuena y sándalo, que olían la mar de bien, y hasta rosales de pitiminí, que daban unas diminutas rosas como caritas sonrientes. La madre de Pili Aguirre tenía una hiedra que no paraba de trepar por la pared y un jazmín con unas florecitas blancas que hacían perder el sentido. Dejé de jugar con mis amigas para no tener que ver sus terrazas: me moría de la envidia. Dejé de salir a la nuestra, porque el pestilente olor de los geranios me daba náuseas. Una noche de verano hice de tripas corazón y, mientras todos dormían, me levanté con sigilo y uno a uno me los comí todos, durante muchos días tuve un terrible dolor de barriga, pero me aliviaba pensar que había merecido la pena, hasta que un día, terminadas las vacaciones, a la vuelta del colegio, miré desde la calle a mi terraza y la vi llena de geranios.
Los geranios (Almudena Pérez Cruz)

Breve, bien escrito y con curioso final. Me gusta.