-Mamá, tengo un problema. Edgar Allan Poe no me asusta.
Han pasado décadas desde esa epifanía. Había leído «El gato negro» a los 6 años, ¡y cuánto miedo daba, saber que el terror más grande no me asustaba! Admito que tal vez no entendía todo lo que Poe quiso escribir. Pero que un niñito reine sobre los trabajos del escritor más sombrío no significaba valor ni osadía, más bien un miedo más grande. Ay madre, si lo más terrorífico no me hiela la piel, ¿qué lo hará?
¿Ante qué me rendiré? ¿Quién ilustrará mis pesadillas? ¿Qué será aquello que me quiebre el ser? ¡Ay madre, cuánto tiempo ha pasado y aún no lo sé! Hace tanto no estás y no has podido aprender que a tu niño nada le hace temblar las rodillas ni mojar las sábanas. Este hombre no ha encontrado miedos que retener. Poe, no le tengo miedo. A su gato tampoco. No le tengo miedo a nada, yo realmente no sé… Y nada me ha mantenido despierto tantas noches como esto. ¡Ay madre, tu niño aún no teme! ¡Y cuánto le asusta el no saber por qué!
Los gatos y él (Erika Luciana Kreymeyer)
