Mostraba el artefacto sin dejar de gritar para alertarlos. Pudo escapar del restaurante repartiendo empellones. Entre las terrazas concurridas por quienes tomaban el fresco de la tarde, corrió con todas sus fuerzas hacia el mar. Podía ver que el tiempo se acababa en el cronómetro y acertó a lanzarlo dos segundos antes de la explosión. Una esquirla lo convirtió en la víctima fatal. Detrás, entre quejas de golpes y magulladuras, dolores de oídos y sustos, fueron comprendiendo. Aquel camarero los salvó de un acto terrorista. En el monumento sobre el rompeolas, está su retrato donde sonríe; el pintor del pueblo lo hizo gracias a su única foto, la del pasaporte. Una pequeña tarja bajo el nombre: Ahmed, narra el acontecimiento que lo hizo héroe local. Les resulta curioso a los habitantes, que siempre junto a la foto se pueden ver lirios blancos recién cortados. Sobre todo, porque ninguno de los floristas de los alrededores los cultiva.
Lirios blancos (Ignacio González Ramírez)

Me resulta un cuento bie interesante , corto pero con varios mensajes todos sensibles y profundos