Y entre tanta gente, coincidir. Tiene que ser ella. Lo sé porque durante veintitrés días he observado cómo se enreda el pelo con el índice y cómo se muerde las uñas. Y sé que es ella porque la veo con los ojos cerrados y la escucho aunque sólo haya silencio. Y también la he visto enfadarse y curvar las cejas y eso también es un tesoro. Cuento las baldosas que nos separan y los libros que nos acercan. Y sé que es ella porque su manera de sonreír eclipsa incluso a la mismísima Marilyn. Y no es tanto ella, sino la silueta que proyecta en el suelo. Y es su forma de mover las manos y su mirada cansada cuando está preocupada. Y qué puedo hacer yo, si no son buenos tiempos para los cobardes. Así que le escribiré una nota. La dejo en su mesa. Regresa y yo mientras, entre las nubes. Entonces se acerca. Me tiemblan las manos. Se aceleran los acordes de mi pulso y me susurra al oído: ¿Viajamos en el tiempo?
Entre libros, tú (Concha Fernández Bueno)
