Al verse con los grilletes enloqueció. La celda era húmeda, el catre duro y los barrotes fríos como el sudor de ese mal sueño. Soñó que era preso, condenado al cadalso, sin opción alguna. Rodeado de ratas, un plato de loza mellado con un mendrugo de pan mohoso. La peor pesadilla. Al abrir los ojos y saberse libre resopló aliviado. No había sido su mejor siesta, pensó. Se estiró, miró por la ventana y respiró profundo satisfecho. Caminó hacia el mueble en busca del whisky. El tintineo de los hielos contra el cristal del vaso lo acompañó en su dicha. Mientras apuraba los doce años de esos líquidos cuarenta grados, sonó el teléfono. El jefe preguntaba por el informe de cuentas. Lo despachó como pudo. Al poco, su mujer le instó a recoger a sus hijos del colegio y a no olvidarse de negociar la hipoteca con el banco. Resopló y abrió el correo: facturas, extractos de tarjetas de crédito y el último pago del seguro del coche. Se sirvió otro par de dedos de espiritosa. Sudaba de nuevo. Bebió.
Libertad (Pablo Calvo)
