Las mañanas, si no llueve, las pasa asomada a la ventana del patio leyendo entre cuerdas. Sabe que algo no funciona en el tercero desde que tienden juegos de noventa en vez de sábanas de matrimonio. Ya no hay ropa de bebé en el primero y solo se escucha el llanto de una madre que lo ha perdido todo. En cambio, ahora hay baberos gigantes, en el cuarto. Desde que enfermó el abuelo, vive con ellos y escucha a través de las ventanas cosas que preferiría no saber. Luego sonríe con los nuevos sujetadores de la del segundo, tres tallas más grandes que los de antes. Y llora. Llora desconsoladamente desde que los calzoncillos azul celeste que le regaló a Nathaniel cuelgan de las cuerdas de la chica del quinto.
Leyendo entre cuerdas (Nadina Rivero Bethencourt)
