La plata se fundía con lo brillante del oro, entrelazándose en un espiral sinfín. Empezaba simétrico por la nuca pero caía en una cascada de diamantes para bañarte el escote. Justo en el centro tenía una esmeralda verde, que robaba el protagonismo de los miles de detalles de alta costura del cuerpo del collar. Tenía el brillo del agua de las Maldivas y la sofisticación de todos los cuarzos rosas y el alma de ochenta rubias de piel blanca y el tacto de Siberia y el olor del mar recién duchado. No te quedaba bien. Era un collar muy pretencioso para una estructura ósea tan sencilla como la tuya. Desenvolviste el lazo de la caja con las ansias de un orangután, pero con la ilusión de una niña. Esa noche hicimos el amor sin demasiada pasión, doblándonos más por las fantasías de un recuerdo fugaz que por la del roce de nuestros cuerpos. “Te quiero”, escupiste de la asfixia. Yo hice como que me lo creía y empecé a bailarte con el sonido del roce de las piedrecitas de tu cuello.
Las joyas o el opio del amor (Alba Fernández Maldonado)
