Ya no canto mientras cocino, ni cuando tiendo la ropa. No recuerdo la última vez que lo hice, supongo que cuando aún tenía esperanzas.
La pasada noche soñé que volvías, que me tomabas por la cintura mientras apoyabas la cabeza en mi hombro. Yo sonreía mientras te rodeaba con el brazo y tú permanecías con los ojos cerrados, quieto, como un rizón que ha encontrado su lugar para descansar y ya no piensa en moverse. Así te imaginaba yo, como un ancla enterrada en la arena que era nuestra casa. Supongo que por eso te marchaste, porque no eras ancla: eras ola, eras gaviota, eras lluvia y tempestad. Eras libre. Yo no podía impedir que te fueras y por eso estoy aquí, sola, meciendo la cuna del hijo que no conocerá a su padre.
La viuda de un vivo, o de un muerto; ¿qué sabré yo? Yo, que ya no canto mientras cocino, porque ya no sueño con que vuelvas.