En el salón de la casa rural se imponen la madera y el silencio. Humo de cigarrillo. A las 19 horas, cuando la tarde empieza a ser noche, bebe un whisky con soda mientras lee un periódico de otro país, Francia. La puerta gira y entra un cuchillo sostenido por un hombre corpulento.
-¡Usted quién es!, grita la futura víctima, bajando las páginas.
– Vengo a matarlo.
-¿Qué?
-Vengo a matarlo. Solo tengo mil caracteres para cometer el crimen. Si esto fuera una novela, le quedarían dos años de vida, pero es un microrrelato y debo apurarme.
La futura víctima, nerviosa, balbucea algo, intenta explicarse la situación.
-Lo siento, no es mi culpa, yo no establecí las bases.
Le tapa la boca, sabe que si habla el texto superará los mil caracteres y podrá salvarse. Levanta el cuchillo y nota que la extensión del relato todavía es breve. Mira por la ventana, apaga con el pie el cigarrillo, lee un titular en francés que no comprende y, después de la coma, lo asesina.
La visita (Marcos Maggi)
