Empezó a llover. Los adoquines de la calle trataban de esquivar las enormes gotas que los agredían.
Acodado en una ventana de madera de la planta baja, Anselmo no despegaba los ojos del fondo de la calle principal.
En el cielo los relámpagos iluminaban intermitentemente el gris profundo de la tarde, mientras los truenos se demoraban en llegar.
Carraspeó, tratando de buscar un poco de saliva en el fondo del pozo de su garganta. Al no hallarla, no le quedó más remedio que alargar el brazo y llenar su mano de agua lluvia. Tomó un sorbo que le supo a vida, pero no quiso engañarse.
Volvió su mirada al fondo de la calle y pudo divisar un niño de unos seis años que portaba sobre su espalda un enorme reloj y que avanzaba hacia su casa lentamente.
En ese lapso de tiempo pudo entender el mensaje de su médico: “Tu tiempo ha llegado”.
Solo pudo mojar su garganta por última vez antes de la llegada del niño.
Hasta la última gota (Luis Ponce)
