Escozor. He estado viajando de un dedo a otro hasta que he conseguido arrancarme ese pellejo. Lo tengo en la boca como el mejor sustitutivo del chicle. Ya ha pasado un minuto más en esta inmunda sala de espera. Hasta el nombre te lo dice. «Sala de espera». Te pasas horas y horas, o peor, segundos y segundos, para que te digan que vas a morir, o lo que sería más dramático, que tienes amigdalitis. Espero que tanta espera desemboque en una enfermedad irreversible. Como la que quizás tiene mi compañero de sala. O quizás no. Tiene una cara mundana, de Martínez, y se sienta como si el descanso fuera efímero, como si enseguida tuviera que levantarse. A mear, por ejemplo. Cistitis.
-Señor Martínez, adelante por favor.
Sorpresa, le toca a él primero. Pero no solo no se levanta sino que me mira como si ese «Señor Martínez» fuera yo. ¿Lo soy?
– ¿Qué tal, Pedro?
Así que me llamo Pedro. Y ahora tengo que contestar.
– Parece que consigo regular mejor mi micción.