Todas las mañanas esperaba en las puertas del ascensor a una hermosa mujer con su maleta café. Castaña, ojos violeta, y peinado de chongo; todo en sí era definición de perfección.
Ella era diferente: caminaba seria pero con un brillo en los ojos, era bella como ninguna otra, y cautivaba su anonimato hacía mis mañanas un poco misteriosas.
No le quería hablar, quería sentir la adrenalina de estar con esa desconocida 10 minutos.
Un día, con café en mano, esperé a que llegara. Como siempre, subimos al ascensor, presioné el botón y dejé que las puertas cerraran.
Una mano paró el ascensor.
-Hola Gil, hola Dina, ¿qué tal estuvo su fin de semana?- preguntó Alex, una compañera de trabajo.
-Excelente- respondió Dina, sonriendo por primera vez.
En el piso 4 bajó quien ahora sabía se llamaba Dina, y en el piso 6 salí yo. Me fui a mi cubículo, acomodé mi maletín, y en una nota adhesiva escribí «Conseguir una nueva chica misteriosa».
Fin
La rutina (Elena Sánchez)
