Admiró con los ojos aguanosos el templo: contó ciento veintiséis columnas una por una, andando con premura de una a otra, como si fuera la única oportunidad de hacerlo en toda una vida. Deslizó los dedos temblorosos por las acanaladuras delgadas y femeninas. Más allá de las esculturas amazónicas, atisbó una basa de mármol y encima la estatua de la diosa. Él también sintió sus miembros petrificados, y estimando la sombría pureza de la cazadora su semblante se oscureció. Pero se animó al descubrir madera entre el revestimiento áureo y de mármol. La sonrisa se encendió en el rictus. Esa noche Helios ya no estaba en el cielo, pero el aire se inflamaba como un odre de vino hirviente. Eróstrato encendió la antorcha y pensó que Rodas sería la siguiente ciudad bendecida por el hálito de Helios.
La fama (Rubén Muñoz Herranz)

Muy bueno
Muchas gracias, Calculón. ¿También participas? Un saludo.
Muy bueno, El testimonio de uno de los primeros piromanos. Un antecedente de Neron
Gracias, Hombre… Sí, prohibieron en Efeso la divulgación de su nombre para frustrar sus aspiraciones de inmortalidad (pero siempre hay escritores que no tienen nada mejor que hacer que inmortalizarlo, me temo).
Condensación y mala baba en un mismo relato.
Me gusta.
Es estimulante encontrar escritores que se alejan de los cánones imperantes estos días.
Hola, muchas gracias, ¿estás por el certamen? Saludos.
No, si como lector no valgo un carajo no me quiero imaginar que pasaría si me pusiera a escribir.
Salvemos a la humanidad de tamaña idea.