La esfinge era de piedra, aunque sus ojos permanecían vivos e inquietos. Sus pupilas se teñían en baños de felicidad natural. Es más, en la unión de éstas con la vista humana, los bípedos veían el valor de su propia persona, entiéndase su autenticidad. No se supo de ninguno de ellos que haya podido aguantar la mirada y soportar su realidad. Así, luego del trance los verdugos huían con disimulo, directos a su rincón. Allí, escondidos, con un sentido absurdo de omnipotencia, de ellos era la verdad, y esa mentira era del agrado de la mediocridad.
La Esfinge (Valentín)
