Entró en el bar, y se sentó en la mesa más alejada de la barra. Pidió una jarra y esperó.
Miró su teléfono. Tenía un mensaje.
No te atrevas a volver, hemos terminado.
Lo guardó, y acabó su bebida de un trago.
Amarga y helada. La cerveza lo animó, como siempre.
Ella era la única mujer que le comprendía. Era su amante y su esposa. Una dama rubia y de piel clara, con una personalidad refrescante. Arrastraba el placer a su paso, acariciando el alma y cautivando los sentidos.
Al besarla, sus problemas se desvanecían. Una sonrisa imborrable se dibujaba en su rostro, y permanecía ahí hasta que veía el final del vaso.
Pero siempre aparecía otra para remplazar a la vacía. Distinta y similar a la anterior. Hacía años que había perdido su libertad.
Después de retozar durante horas, como cada noche, cerró los ojos, y el suave vaivén de sus burbujas lo acunó.
La dama rubia (Javier Lucas de la Fuente)
