“Incompatibilidad de caracteres”, diagnosticó la psicóloga como si tal obviedad fuese una verdad revelada.
Poco después resolví que tenía que dejarla por el bien de ambos. Claro que la amaba, que dependía de la generosidad de su ánimo para disfrutar de las bondades de su cuerpo.
Por supuesto, ella no estaba de acuerdo y llevó las cosas al extremo. No tuve otra opción que echarla de mi casa.
Ahora estoy desesperado por vender esta pocilga e irme a otra ciudad, pero no hay ofertas.
La muy despechada deja siempre la ventana entreabierta del piso que alquiló, justo enfrente, para dedicarme sus gritos de lujuria todas las noches.