Y bailamos, bailamos y bailamos. Hasta que la noche se hizo día y el día noche. Hasta que nuestras manos se quedaron ancladas en un baile final, en un baile eterno. Nuestros cuerpos se movían al son de la cajita de música. Y girábamos en una danza mortal. Nos mirábamos a través de nuestras lágrimas secas. Los espejos reflejaban nuestro cuerpo ya putrefacto. Y girábamos y girábamos, sabiendo que ya nadie podría sacarnos de aquella tortura.
La cajita de música (María Campra Peláez)
