Pálpitos, sudores fríos. Allí está ella, pávida y tensa. Temblores, gestos nerviosos. Camina rápido por los pasillos del centro comercial, entre las islas repletas de objetos contra los que choca. Pide perdón y sigue con paso ligero. Jadeos, miradas hacia atrás. Intenta discernir si sigue con ventaja. Todo el mundo alrededor va a lo suyo. Nadie se percata del agobio que la pobre criatura lleva encima. Golpetazos, tropiezos. Ella oye el repiquetear de unas llaves cada vez más cerca. Terror, desesperación. Antes, ojeando algo en la sección de librería, había notado unas manos ajenas deslizándose sin permiso por su nalga turgente. El miedo no la paralizó: salió corriendo. Boca seca, lágrimas en los ojos. Ruega por dentro que alguien se dé cuenta, pero nadie lo hace. Es incapaz de gritar. Otro repiqueteo. Más y más cerca. Nota que se ahoga, que se le sale el corazón por la boca. Y yo sonrío. Muevo las llaves que dejo chocar entre sí. La caza es más divertida cuando la presa se resiste.
La cacería (Ayako Koike)
