Atracó el jabeque en la embocadura del puerto norteño sin más incidencias. Soplaba el viento sur, hacía un sol de justicia y el patrón decidió permanecer en la umbría, aunque como buen arráez concedió día libre a la sufrida tripulación. La marinería se dispersó por el puerto haciéndose notar. Unos tomaron la calle del Carmen, otros optaron por la de Castelar, en su mayoría ávidos de elixires y brebajes. Todos menos Jon, un tipo lóbrego y arcano, enrolado a última hora para completar la dotación del navío. De él se contaba que incendió una galería de arte dedicada a piélagos. “Bobadas, habladurías sin fundamento”, convenció el cómitre a su superior. Pasada la medianoche, los marineros retornaron gradualmente al jabeque. Todos menos Jon, el tipo lóbrego. Salió el capitán en su busca, recorrió las rúas, los callejones y los pasadizos, pero no halló al presunto pirómano. De vuelta, rayando el alba, oyó el crujido de los palos y contempló aterrorizado el resplandor de las velas ardiendo.
El jabeque (Miguel Ángel Moreno)
