La gente, al ver el cadáver tendido sobre la acera, se preguntaba qué pudo llevarla a semejante grado de desesperación.
Un policía de paisano apuntó a posibles malos tratos de su marido, los habituales parroquianos del bar a problemas con las drogas o el alcohol, las beatas a un castigo divino, los más sesudos a un hipotético desahucio y los más hipocondríacos a un probable cáncer terminal.
Solo el más pequeño de todos acertó.
Ella simplemente quería volar.