No sabía cómo empezar. La blancura del papel lo tenía subyugado. Balanceaba ruidosamente el bolígrafo en su mano derecha cuando una tos lo sacó de sus pensamientos. Al levantar la vista, se topó con el gesto de reprobación de una chica, bastante atractiva. Bajó la vista, avergonzado, y dejó de hacer ruido.
Al poco, llegó a su parada y bajó con su historia no escrita. El vagón se inundó de nueva inspiración para los aprendices de escritor, como yo, que resistí sin rechistar la tortura de aquel dichoso bolígrafo y, mientras escribía este microrrelato, me preguntaba si la chica del ceño fruncido aceptaría tomar un café conmigo.
Horror vacui (Ester)
