En un lugar de Manchuria cabalgaba el hidalgo. Tomó su teléfono móvil y habló: «Ya estoy cerca, mi vida. Nos vemos en media hora». Ansioso por llegar a su destino apresuró a su caballo. Por fin: ¡el lugar anhelado!, la casa de su dulce nena. Fue directo a la recámara, donde, desnuda, le esperaba la impaciente moza. Se despojó de todo lo despojable y se acercó a ella. Besos, caricias, más besos y más caricias… ¡y nada! «¿Qué nos pasa?, inquirió el hidalgo. «Nos pasa es mucha gente, es que no tenéis la arma dura., respondió la dulce nena. Fiel a su personalidad de ingenuo e idealista, el caballero saltó del lecho y… ¡se puso la armadura!
El Hidalgo (Germán Hernández Wrooman)
