Se ahogaba, le sangraban los ojos, notaba cómo se le iba la vida. Siempre deseó morir en la cama, rodeado de los suyos, repartiendo parabienes y reproches. Pero aquí estaba, en medio de la nada, a punto de evaporarse, rodeado de reptiles que lo miraban inmóviles al pasar. Notó que volvía la punzada en el centro del pecho y cómo le quemaba el aire al entrar, tenía los brazos dormidos, y su vida completa ya había pasado varias veces por su mente en diferentes segundos eternos. Sólo le quedaba encontrar el túnel y dirigirse hacia la popular luz.
Hizo un último esfuerzo para intentar descubrir lo bueno que pudiera hallarse en aquella situación, pero desistió, ya no tenía fuerzas ni para estructurar su pensamiento. Enseguida entraría en la desconexión final.
Entonces dejó de correr, y en unos minutos volvió a su mediocre normalidad.
De qué hablo cuando hablo de morir (Ramón Pacheco Sarabia)
