Pasó la tormenta. Por fin abrí los ojos. Llevaba tiempo sin comer y ,a causa de la falta de energía, me debí quedar dormido. Mire alrededor para ver si se había pasado la tormenta y podía encontrar algún puesto de montaña donde pudiese cobijarme y tomar una buena cena. Si no comía pronto moriría de hambre.
En medio de la blanca y perfecta nieve, se veían unas gotas rojas que corrompían su pureza. Unas gotas de sangre heladas a causa del frío invernal. No sabía de dónde habían salido. Era el único en ese desolado páramo. Observé a mi alrededor y no vi nada salvo una manada de lobos que me rodeaban. Tenían la boca manchada de sangre. Sangre fresca que aún goteaba de sus puntiagudos y mortíferos dientes. Cuando me mire el torso, vi que tenía un mordisco.Seguramente no lo había sentido a causa de la hipotermia. En ese momento me di cuenta de que sí que iba a acudir a una cena, pero esta vez no sería de comensal.