Bajó al subsuelo de la gran ciudad, por unas escaleras abarrotadas de gente. Era invisible. Nadie reparó en él. Pensó que se había muerto. No recordaba como debió ser el trance, pero en ese momento se acordó de que sintió un pinchazo a la altura del corazón. Debió ser cuando entró en aquella cabina expendedora de fotografías en plaza de España. Apenas se reconoció en el espejo colocado para darse los últimos retoques. Había llegado a la vejez en un abrir y cerrar de ojos, como el parpadeo provocado por el flash de luz que disparó la cámara fotográfica. Unos minutos después escupía la máquina, por una rendija lateral, el papel fotográfico en el que mostraba con toda su crudeza el final de la vida.
Fotomatón (Patricia)
