Ese maldito ruido, molesto, incesante, arrítmico. Un sonido sin vida, vacío, gutural, espantoso.
Llevo días encerrado, desde que la puerta de casa cedió y nuestros antiguos vecinos pasaron, pero ya no lo son y no volverán a serlo. Él no es ese manitas agradable que nos reparaba la caldera al estropearse. Ella no es la alegre profesora que iba cada día al colegio con una sonrisa en la cara. Sin embargo, ahí están, golpeando y gritando, con la mirada perdida y un rostro congelado en una rabia eterna que nada sacia.
No puedo más, el armario encoge a cada minuto. Cada golpe es una razón para abandonar y entregarme al destino.
Desde que entraron sabía que esto pasaría ¿Cómo soy tan idiota y me he escondido aquí? Y peor, ¿cómo me mordieron? Tenía todo controlado, tenía todo, todo…
Lo siento, siento acabar igual, sin ilusiones, sueños a cumplir y amor que darte. Siento que al llegar a casa te encuentres con ellos en la habitación y uno en el armario. Siento abandonarte.
Perdóname.
Siempre tuyo.
El final (Álvaro Franco Montesdeoca)
