“Descuélgame el corazón cuando tengas un ratito” ─le dijo Álvaro a Ana mientras recogía los cachivaches esparcidos por el suelo.
Lo dijo con brusquedad porque no quería permanecer mucho tiempo en aquel lugar. Deseaba dejarlo todo vacío para poder irse de allí lo antes posible. Aquello era un proyecto acabado.
Pero a Ana le costaba asimilar que todo había terminado. Fingía no oír. Estaba tan agotada que se dejaba llevar por la inercia. Habían sucedido tantas cosas en tan pocos días que no podía asimilar su final. Pensaba en cómo unos meses atrás estaban comenzando a construir un mundo dentro de apenas cien metros cuadrados, y ahora todo quedaba reducido a la no existencia. Como si allí nunca hubiera brotado la gama más completa de emociones, de sentimientos e ilusiones.
Era confuso aquel momento, incluso sabiendo que las luces se habían apagado y el público y los actores se habían ido. Sólo quedaba el escenario preparándose para los decorados de la siguiente compañía de teatro.