Selena discrepa de sus amigas: ser infiel no debe tomarse a la ligera. Ellas se burlan. Una aventura, dicen, eleva la propia estima y ayuda a sobrellevar la rutina. Selena no se deja convencer. Ella prefiere pensar que no es así; el matrimonio es sagrado. No sabría disfrutar con otro hombre a pesar de que Mauro esté muy lejos de ser el amante perfecto. Seguramente, piensa, la culpa es de los dos, pero eso no importa, hace tiempo que tiene que acabar en el baño lo que él deja a medias. Hoy lo tiene asimilado. Así que, cada noche, mientras Mauro duerme, ella se encierra en el baño y se satisface sola. Desnuda ante el gran espejo, se acaricia y fantasea con su cuerpo. Luego, cuando alcanza el placer, en tanto ceden los espasmos, se envuelve en su bata y se despide de sí misma con un beso. Después, apaga la luz y cierra la ventana. Ella no necesita engañar a Mauro para sentirse realizada; le alcanza con saber que en la vivienda de enfrente hay un chico precioso que vive de su espectáculo.
Fidelidad (G. Felipe Grisolía Ambrosini)

Seguro que Tinto Brass no estaría en contra de hacer una película con este tema.