Todos desconfiaban de Vlad excepto yo. Desde el primer día que durmió en la cueva hubo un rechazo generalizado, sus alas eran distintas y su cuerpo, al igual que su cabeza, demasiado grande. Ninguno se acercó a él más de lo que exige el vuelo en espacios cerrados, aunque tampoco fue expulsado de la comunidad, quizá no seamos amigables con los forasteros pero está en nuestra esencia la hospitalidad. Decía provenir de una familia importante, La especie primigenia, los primeros en surcar la noche. Siempre que los vecinos lo oían hablar así golpeaban los dedos, como cuando algo nos parece divertido, al rato todos se contagiaban. Vlad escondía la cabeza entre las alas y permanecía así hasta la siguiente salida. Una mañana no regresó, desde entonces no hemos vuelto a verlo, ojalá haya encontrado ese castillo en el condado de Erdély del que siempre hablaba.
Fábula cavernaria (Arturo F. Garrudo)
