El agua del fontanal espantaba a las intrépidas avispas escondidas bajo las hojas, que salían en formación a por nuevas víctimas. Cuando la sofoquina daba una tregua y el sol empezaba a declinar por el altozano, las mujeres sacaban los aperos, los colocaban junto al quicio y regresaban a las faenas dentro del hogar. Siempre había tarea para las hembras. Entonces llegaban ellos, sigilosos y mudos, los recogían y se sumergían en el estanque de fuego a la luz de la luna. Durante horas disfrutaban como niños, ajenos a los problemas cotidianos del mundo. Solos consigo mismos, reflejados en un mar de estrellas intermitentes. Ufanos, misteriosos, inaccesibles. Pero en cuanto sonaban las cinco campanadas, antes de clarear, huían a la carrera y entonces los moradores del pueblo se cuestionaban si volverían al día siguiente… aunque nunca pudiesen descifrar sus rostros.
En el estanque (Miguel Ángel Moreno)
