No era la primera vez que encontrábamos ciudades en ruinas en otros planetas, pero estas mostraban una excéntrica particularidad. En cada edificio que ingresábamos encontrábamos dos, tres y hasta media docena de espejos. Los había en las plazas, en los descampados, dentro de los edificios con los techos derruidos, todos iguales, rectangulares y del tamaño de un hombre erguido. Pensamos que eso sólo demostraba que esa civilización perdida había tenido una exagerada tendencia cultural que en contraste con las nuestras resultaba curiosa. Miles de ojos reflejaron nuestros ojos, infinitas luces emularon las que proyectábamos. El último sol se fue ocultando y los reflejos siguieron su agonizante arco. Luego, cuando nuestras naves no funcionaron, descubrimos la aterradora verdad. La ciudad no estaba en ruinas, y esos no eran espejos.
Espejos (Álvaro Morales)
