Para soñar no necesitaba acogerme al amparo de la noche, ni acurrucarme en un recóndito y solitario rincón apartado de la multitud. Para soñar tan sólo necesitaba cerrar los ojos, extender las alas de mi conciencia y que me elevaran a una nube blanca y esponjosa, allí donde moraban mis sueños.
Flotaba, feliz entre mágicas ensoñaciones, y podía contemplar cada uno de los detalles más íntimos de mis deseos e ilusiones. Construía castillos en el aire con cimientos anclados en espumoso algodón blanco, pero eran cimientos que sucumbieron cuando el viento se encorajinó y desmoronó las almenas y las torres, los muros y las barreras. Un viento que arrastró sin piedad cada uno de mis anhelos, me hizo caer de la nube y me precipitó sobre la cruda realidad.
Ahora para soñar no necesito silencio ni calma, ahora para soñar sólo necesito algo que merezca la pena ser soñado, algo que ya se fue.
Ensoñaciones (Mayte Banzo Coscolluela)
