Un impulso la llevó a caminar sin rumbo, sin saber a dónde se dirigía, ni para qué. Algo la guiaba colocando sus pies por caminos, calles, campos y otros lugares por los que jamás había transitado y sus pasos se iban sucediendo uno tras otro. Sin mapas, pero con plena confianza en su instinto, llegó a un pueblo donde encontró una casa ante la que se detuvo sin más. Sacó una llave de su bolsillo, la colocó en la cerradura de la gran puerta que tenía ante sus ojos, la giró y la puerta se abrió. No supo cuánto tiempo pasó, tal vez un día, una hora, un segundo y, de pronto, lo vio todo claro. En la pared frente a ella, había un gran cuadro, una obra de arte que le mostraba su propio retrato. El pincel la dibujó desnuda, sin nada que pudiera interponerse en el camino de su mirada, que por fin pudo sostener ante sus ojos, sin desviarla hacia otros lugares, y vio su propia belleza más allá de esas líneas y trazos que la dibujaban.
El camino de retorno (Pilar Veses Contreras)
