Hallábase el párroco Pedro Pérez recostado en la poltrona en que, evocando tiempos mejores, tenía a sus brazos, ya leído, un ejemplar de la adaptación de las crónicas de su buen amigo Alonso Quijano, fenecido tiempo ha.
«¿Qué opina usted, don Pedro?» Preguntó la figura calva que lo acompañaba.
«A fe mía, don Miguel, porto sobre mis rodillas la obra más sobresaliente que pudiere ser escrita jamás; de haber deleitado antes aquésta, seguro resulta que hubiera hecho prender cuanto tomo poseyó Alonso, que superfluos serían a la literatura» Contestó el cura al manco anciano.
Don Pedro Pérez tras la muerte del bueno de don Alonso Quijano a un hombre postergado (Balthier)
