– ¿Estás bien?- dijo él observándola atento.
– Un poco mojada – respondió ella. – Tengo frío.
Él miró a su alrededor. Si pudiera llegar a esa servilleta…
– No te preocupes- insistió ella- ya sabes cómo empieza esto. En unos minutos no quedará de mi más que tu recuerdo.
Él se quedó pensativo. Era cierto, maldita sea. Siempre lo mismo. Se miró a sí mismo de reojo. Aún se mantenía íntegro, cosa rara en ese antro de carretera. Se sentía la piel agrietada y seca.
Suspiró y se arrastró como pudo al lado de su compañera, que ya empezaba a desmoronarse. Al menos no se sentiría sola. El final era el mismo para los dos, tarde o temprano.
– Shht, se acerca otra vez. Disimula- dijo ella.
En dos bocados la magdalena desapareció junto al café con leche y el pobre cruasán volvió a quedar, un día más, intacto y apesadumbrado en el plato.
Dolce Vita (Marta)
