¿Acaso es cierto esto que está escrito aquí?— le pregunté apretando la yema del dedo índice contra las letras del párrafo. Él pudo leer gracias a mi insistencia en señalar renglones imaginarios. Se acercó a las páginas, que abiertas de par en par parecían pesar demasiado como para sostener la bella encuadernación, es más, creí escuchar un quejido en la zona del lomo y temí por un deshoje. Sería una verdadera pena que se quebrara un libro tan sagrado para algunos que tuvo el poder de convertirse en bandera entre las guerras. Él se acercó un poco más e inspiró hasta saciarse de perfume, era exquisito el aroma del papel antiguo. Fue cuando una gota de agua aterrizó cerca del número que ordenaba el versículo y la gota formó un círculo perfecto como todo lo que Él hacía. Y sus lágrimas no lo defendieron.
Divina imaginación (Lucila Adela Guzmán)
