Cuando se abrió la puerta de calle, el repartidor descubrió a una mujer joven disfrazada de un Papá Noel veraniego: con muchas transparencias que dejaban entrever una sensual lencería de encaje. Él se dijo «cuidado con lo que haces, te están filmando». Conteniendo la risa, ella le indicó que dejara la pizza sobre la mesa, que ya le traía el dinero. Mientras él aguardaba, de pie en la entrada, descubrió a otra joven que, con la puerta entornada del baño, dejaba verse duchándose. Volvió a decirse “es una trampa, alguna cámara hay escondida”.
La mujer regresó con los billetes. Le costaba no reírse. El repartidor, serio, agradeció, saludó y salió. Al subirse a la moto se dijo que en un 24 de diciembre estas cosas podían ocurrir: en época de fiestas se hacían muchas tonterías. Antes de arrancar se reacomodó la pistola en el cinturón y deseó que en la próxima “entrega” pudiera al fin cometer el asalto. Al fin y al cabo, había recuperado el costo de la pizza. Aún no el del disfraz de repartidor.
Disfraces (Maximiliano Sacristán)
