Abrí la puerta y estaba oscuro. Encendí la luz del pasillo y allí estaba la criatura. Me quedé mirándola, paralizado.
Era un ser esférico, con delgadas extremidades que lo mantenían en equilibrio sobre el suelo. A cada lado del tronco tenía plegadas dos alas membranosas. Su rostro era aterrador: Tenía cuatros ojos triangulares formando una especie de rombo y bajo el inferior nacía un tentáculo que se dividía en varios más. La cabeza se agitaba de forma gelatinosa y expulsaba un humillo fétido.
-Hola ¿Es aquí la fiesta de disfraces del señor Howard? –Balbuceó el ser.
Intenté mover la cabeza de izquierda a derecha, creo que pude.
Sin añadir nada más la cosa se giró y bajó las escaleras con un sonido que daba grima. A mitad del camino, la luz, que era automática, se apagó. Entonces escuché un escurrirse con tropezones, hasta un chapoteo final y un grito ahogado que me hizo reaccionar. Cogí el cuchillo jamonero y me metí debajo de la cama durante dos días.
Ding dong (Daniel Henares Guerrero)
