« ¿Dónde está el perro?». Así solía llamarme mi padre, perro, solo porque había decidido dejar los estudios y más tarde el trabajo. Yo quería ser escritor, vivir de los mundos que soñaba, y no podía permitir que mi imaginación pereciera sobre un pupitre maltratado o entre las pilas de cajas de un almacén de frutas. Nada les daba pero nada les pedía, únicamente un plato de comida, el mismo que me dejaban en el suelo del patio junto a un recipiente con agua. Hasta allí arrastraba mi cadena y después, desesperado, ladraba a la luna. « ¡Cervantes!», me llamaban, y yo, necio, les lamía la mano.
Difícil oficio (M.I. Romero)
