Llegó como un zumbido, apenas perceptible. Era una noche de finales de verano donde el aire aún dejaba reposar el cuerpo sin abrigo. Los visillos de lino que la escondían de miradas curiosas y pérfidas eran como un globo hinchado por el viento. La luz de la farola entraba iluminando la cama hasta la pared; no encontró filtro ninguno esa noche. Ella descansaba su jornada de diez horas en un profundo sueño ingrávido y pesado. El silencio sólo roto por su ronca respiración de fumadora y el roce de una mina acariciando un papel de dibujo. Contornos de un deseo prohibido, idealizado, que ahora se le presentaban bajo una seda calcada. El visillo le invitó aquella noche al dulce espectáculo; el reposo de la chica le permitió ir más allá de los límites de un voyeur. Desde su ventana fue testigo directo y palpable de su hermosura y se lo regaló plasmado en su más bello retrato dejado a los pies de su cama.
El dibujo (Macarena Fernández Gálvez)
