Derribamos las barreras que dignificaban a nuestros dioses cuando hurgamos entre sus vísceras en busca de la procedencia de su deidad. Algunos asumieron que entre las cenizas de lo ilógico se encontraba la vetada verdad. Otros quemaron sus naves al comprender que nunca se sintieron satisfechos con el todo está escrito y enarbolaron la bandera del libre albedrío, aun a sabiendas de que era mucho lo que se escurría como agua entre los dedos.
Después nada pudo ser igual; el abismo entre lo terrenal y lo intangible se cuarteo en fisuras difíciles de asimilar para quienes nunca comprendieron la finalidad de lo etéreo.
Se sabe que de entre los escombros que la luz olvido, nació la conciencia y con ella la desesperación al comprender lo imposible de acotar el destello finito, de la creación consciente. Y aun así, nosotros, los simples portadores del polvo de estrella nacidos de su muerte, seguimos empeñados en el confuso intento por descubrir si hubo un antes del después.