Las observaba entrar. Imaginaba sus jadeos desinhibidos, sus cuerpos sudar y balancearse. Una por una había asesinado a las amantes de su marido. El plan era sencillo: al tercer encuentro las jóvenes recibían como regalo un libro de Madamme Bovary. Sus hojas bañadas en veneno se confundían con la saliva entre los dedos que habían dado placer. Pero con ella era distinto. «¡Por un demonio! ¿Por qué no se muere esa fulana?»
Después de seis meses aún no había podido deshacerse de ella.
Con las piernas aún temblando de pasión volvía a casa, llena de mariposas en el vientre y observaba el libro pero nunca lo abría. Se soñaba protagonista pero se avergonzaba de su sino. Sería ella la misma Emma. «Llevaría eternamente esa vida. ¿No saldría nunca de ella? ¿No tenía derecho a vivir feliz como el resto de mujeres?»
Y mientras, en aquel patio, se consumía de odio y rencor en la maldita espera de la muerte sin sospechar que esos labios habían aprendido a amar pero nunca a leer.
Cuando seas una mujer (Esther Lozano Blanco)
