Era temprano en la mañana y en la farmacia no había público, salvo la mujer que apoyaba el codo sobre el mesón y con la mano sostenía su cabeza. Vestía bien y de seguro se dirigía a su trabajo, muy arregladita. “Es que no puedo vendérselo sin receta, señora”, escuché decir a la dependienta, “son antidepresivos controlados”, agregó, compasiva.
La mujer paseó la mirada por todo el recinto, luego se dio la vuelta y se dirigió a la salida, con un aire de desamparo que daba pena. Pero aún así logré reconocerla. La observé hasta que alcanzó la calle, a paso lento. Luego me acerqué al mesón.
De vuelta en casa, me preparé un té, un par de huevos, me volví a acostar, me tomé el medicamento para la presión y prendí la tele. La mujer ya había llegado a la estación televisiva, vestía de otra forma, e inició su segmento de ayuda a los desamparados, tarot incluido. Sonreía.
Fluoxetina (Dagoberto Espinoza Chávez)
