Somos la generación del culto al porno, la que más pornografía ha consumido de toda la historia de la humanidad. La de hostias que se hubiesen dado nuestros ancestros por poder disponer de todo el material del que nosotros disponemos hoy y, además, de forma completamente gratuita. Si te detienes a pensar, la pornografía es como una galaxia infinita por la que tenemos el privilegio de poder viajar, incluso a diario. Internet ha sido el artefacto que nos ha permitido levantar el vuelo, metafóricamente, para así poder dar rienda suelta a nuestras perversiones y, al igual que si fuese un telescopio, nos ha mostrado dicho universo en la totalidad de su inextinguible extensión. Hemos sido voyeurs ocasionales, el ojo que todo lo ve, en las situaciones más inusitadas. ¿Hasta dónde se nos permitirá fantasear cuando todo lo hayamos visto? ¿Qué habrá más allá de los confines de la curiosidad sexual? Puede que, sencillamente, por fin podamos interesarnos por otras cosas que no sean el porno.
Cosmos porno (Condiloma Ediciones)
